«Mente sana y corpore sano.»
Hoy es 6 de abril, Día Mundial de la Actividad Física. Y aunque parezca un dato más de calendario, me lo tomo como una excusa perfecta para hablar de algo que me está cambiando por dentro y por fuera: el deporte. O, mejor dicho, el movimiento con propósito.
Porque para mí, hacer deporte no va solo de tener abdominales o mejorar el rendimiento físico. Va de conectar conmigo mismo, de superar límites, de cuidar mi salud, de sostener mi bienestar emocional. Y sobre todo, va de soñar con algo que ahora me parece enorme: correr una maratón en 5 años.
Sí, lo he dicho en voz alta. Quiero correr una maratón. Hoy no tengo un plan. Todavía no tengo calendario, ni app de entrenamiento, ni nutricionista ni zapatillas nuevas. Pero tengo algo que vale más que todo eso: una intención clara y una ilusión profunda.
«Mente sana y corpore sano.»
Movimiento como medicina
Desde hace unos meses, el ejercicio ha pasado de ser una tarea más de mi lista de hábitos deseables a convertirse en un ritual personal de autocuidado. Caminar 10 km al día, estirar por las mañanas, bailar, hacer ejercicios suaves… todo eso ha cambiado mi energía.
Y no solo hablo de beneficios físicos, que los hay. Hablo del foco que me da caminar. De la claridad que me llega mientras sudo. Del silencio que aparece cuando respiro en movimiento. De cómo el cuerpo se convierte en maestro.
Moverme me ayuda a pensar mejor, a dormir mejor, a relacionarme mejor. El deporte, aunque a veces da pereza, es una de las formas más efectivas de ordenar mi mente. Es un entrenamiento del cuerpo, sí, pero también del alma.
El cuerpo como templo, no como castigo
Durante años vi el deporte como un medio para cambiar mi cuerpo. Para adelgazar, para estar “en forma”, para cumplir con una imagen. Pero ahora lo veo diferente. Mi cuerpo no es un objeto que debo corregir, sino un hogar que debo cuidar.
Hacer deporte ya no es castigarme por lo que comí, ni exigirme porque no cumplo ciertos estándares. Es escucharme. Es darle a mi cuerpo la oportunidad de expresarse. Es agradecerle que me sostenga. Es reconocer todo lo que ya hace por mí.
Mi historia con el deporte
Empecé a moverme desde pequeño. Hacía cross y más adelante me enganché al baloncesto. Pero lo que más me gustaba era correr. Correr me daba libertad. Era como un juego personal, una carrera conmigo mismo. Sentía que cada zancada era una forma de volar, de liberar energía, de conectar con mi esencia.
Con el tiempo, fui probando otras cosas. Llegué a hacer varias carreras de 10 km, que en su momento me hicieron sentir fuerte, enfocado, capaz. Pero también vinieron los obstáculos. Me rompí el tendón de Aquiles hace ya 10 años. Y eso lo cambió todo. De pronto, el cuerpo que me había llevado a tantos sitios, me frenó en seco. Tuve que parar. Reaprender. Escucharme de nuevo. Reajustar mis expectativas.
En los últimos tres años, el baile —especialmente la salsa— se ha convertido en mi gran compañero de movimiento. No solo me ha devuelto la alegría física, sino que me ha enseñado a moverme con música, con otros, con ligereza. Bailar ha sido una forma de reconciliarme con mi cuerpo. De sentirme vivo de nuevo.
Y aunque he hecho alguna prueba de correr, muy suave, unos 25 minutos al trote, lo cierto es que no estoy en forma. Peso 97 kg y mido 1,76 m (bueno… quizá algo menos, que uno se va encogiendo con la edad). Tengo 50 años, y eso también me invita a ir con cuidado. A hacer las cosas con conciencia. A no exigirme desde la comparación, sino desde el deseo real de estar mejor.
La maratón como metáfora y como historia
Quiero correr una maratón. Pero más allá del evento, lo que me mueve es lo que representa. Una meta a largo plazo. Un proceso constante. Un desafío físico y mental. Una transformación.
Y si me pongo un poco más simbólico, el origen de la maratón también tiene algo que contar. La historia se remonta a la Antigua Grecia, cuando el soldado Filípides corrió desde la ciudad de Maratón hasta Atenas (unos 42 kilómetros) para anunciar la victoria en la batalla. Tras dar su mensaje, cayó muerto del esfuerzo. Hoy, más de 2500 años después, miles de personas corren maratones por todo el mundo no para anunciar guerras, sino para celebrar su capacidad de resistencia, de superación, de compromiso.
Y aunque no quiero morirme al final —¡faltaría más!—, me inspira esa imagen: una persona corriendo para transmitir algo importante. Para dar un mensaje. Para cerrar una etapa. Para cumplir una misión.
Mi maratón también tiene un mensaje. Es una declaración de intenciones. Es decirme a mí mismo que puedo mantener un rumbo. Que puedo comprometerme a largo plazo. Que puedo sostenerme incluso cuando me falte el aire, cuando me duelan las piernas, cuando todo dentro diga “para”.
Correr una maratón no se improvisa. Se prepara. Se entrena. Se planifica. Y ese mismo enfoque quiero aplicarlo a mi vida. Tener una visión clara. Avanzar paso a paso. Aceptar que habrá días buenos y días difíciles. Que me voy a cansar. Que tendré que parar, retomar, ajustar. Pero también que puedo.
No he hecho aún el plan. Pero lo haré. Porque ya he dado el primer paso: creer que es posible. Y eso, en el fondo, es lo más importante. El cuerpo sigue a la mente.
Beneficios reales del deporte
El deporte no es solo sudor y músculos. Es ciencia y magia a la vez. Aquí algunos beneficios que experimento —y que me motivan a seguir—:
- Libera endorfinas: esas hormonas del bienestar que mejoran el ánimo.
- Reduce el estrés: tras 30 minutos de movimiento, mi mente se limpia.
- Mejora la autoestima: no por cómo me veo, sino por lo que logro.
- Fortalece la disciplina: me enseña a ser constante incluso sin ganas.
- Fomenta el autocuidado: me recuerda que soy prioridad.
- Me conecta con el presente: al correr, al bailar, al estirar, solo existe ese momento.
Hacer deporte desde el disfrute
Uno de los grandes aprendizajes ha sido entender que no todos los deportes son para todos. Y que hay muchas formas de moverse. Bailar es deporte. Caminar es deporte. Jugar con tus hijas también lo es.
Lo importante es moverse desde el gusto. Encontrar algo que me motive. Que me saque una sonrisa. Que me haga sudar y reír a la vez. Para mí, eso es el baile. Y también las caminatas largas. Y, quién lo diría, hasta las rutinas de fuerza con música de fondo.
Romper mitos: no hace falta ser atleta
A veces creemos que si no corremos 10 km o no hacemos crossfit, no cuenta. Pero todo suma. Subir escaleras en vez de usar ascensor. Estirar 5 minutos. Hacer sentadillas mientras se calienta el café. Todo cuenta.
La clave está en la regularidad. En integrar el movimiento como parte del día. No como una obligación extra, sino como algo natural. Algo que el cuerpo pide. Algo que se disfruta.
Inspiración y compromiso
Hoy, Día del Deporte, renuevo mi compromiso conmigo. No para exigirme más, sino para cuidarme mejor. Para recordarme que soy mi prioridad. Que moverme es una forma de agradecerle a mi cuerpo todo lo que hace por mí. Que el camino hacia la maratón empieza con cada paso que doy hoy.
Y me ilusiona imaginarme dentro de 5 años, cruzando la meta, con lágrimas en los ojos, el corazón latiendo fuerte y la sensación de haberme superado. De haberme sostenido. De haber creído en mí.
«Mente sana y corpore sano.»
El deporte me está enseñando a vivir mejor. A mirar mi cuerpo con más amor. A escucharme. A respetarme. A retarme. A fluir. Porque el cuerpo, cuando se mueve, no solo cambia por fuera: se transforma por dentro.
Hoy te invito a que te muevas. Como puedas, como te guste, como te salga. Pero muévete. No para encajar, sino para conectar. No para cambiar tu cuerpo, sino para habitarlo mejor.
¿Qué tipo de movimiento te hace sentir más vivo?
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