«Comprender las diferencias es una forma de amar.»
Hoy, 2 de abril, es el Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo. Y no es una fecha más. Es un día que me atraviesa el corazón. Porque convivo, aprendo y crezco cada día al lado de mi hija, que tiene Trastorno del Espectro Autista. Esto no va de exponerla, sino de compartir desde el amor lo que significa mirar el mundo con otros ojos.
A veces nos olvidamos de que no todas las mentes funcionan igual. Que hay cerebros que procesan distinto, que sienten distinto, que viven distinto. Y eso no es un error, es una forma diferente de estar en el mundo. Una forma que, si te detienes a observarla, tiene una belleza que rompe con los moldes.
«Comprender las diferencias es una forma de amar.»
Aprender a crear certidumbre
Como emprendedor, me he acostumbrado a vivir con cierta dosis de caos. A moverme en la incertidumbre. A dejar que la vida me sorprenda con regalos que no esperaba. A improvisar. A cambiar de planes. A no tenerlo todo atado. Y en ese vaivén, encontré una libertad que me encanta.
Pero la convivencia con una persona dentro del espectro me ha enseñado el valor de generar estructura, de crear certidumbre. Me ha enseñado a anticiparme, a explicar previamente lo que vamos a hacer, a prever los posibles estímulos del entorno, los ruidos, el cansancio, la sobrecarga.
Y eso, lejos de limitarme, me ha hecho crecer. Porque he descubierto que planificar no es lo contrario de vivir con libertad. A veces, es una forma de cuidar. De proteger. De sostener. De ofrecer un marco seguro para que la otra persona pueda brillar con su propia luz.
Aprender a mirar diferente
A veces no me mira a los ojos. A veces no quiere hablar. O habla mucho de un tema que le apasiona. A veces no capta el sarcasmo o lo utiliza mucho. O necesita que algo esté siempre en el mismo lugar. A veces no entiende las normas sociales. Y otras veces, las entiende mejor que yo, pero decide seguirlas a rajatabla.
He tenido que desmontar muchas creencias. Sobre lo que es «normal». Sobre cómo debe ser una conversación. Sobre cómo debe ser una relación padre-hija. He tenido que aprender a estar presente, sin expectativas rígidas. A valorar lo sutil. A ver el dibujo más allá del trazo.
Dibujar el mundo a su manera
Porque si algo tiene mi hija es que dibuja. Y no hablo solo de papel y lápiz. Hablo de cómo interpreta el mundo. De cómo lo siente. De cómo lo reordena a su manera. A veces parece que vive en otro planeta… pero cuando me detengo a escucharla, descubro que ese planeta está lleno de poesía, de lógica propia, de conexiones que yo jamás hubiese imaginado.
Es una crack. Una artista del pensamiento lateral. Una maga de la metáfora. Una exploradora de lo invisible. Y sí, también es caótica, imprevisible, intensa. Pero, ¿Quién no lo es, si somos honestos?
La paciencia como camino
Convivir con ella me ha hecho ganar en paciencia. Porque no siempre entiendo. Porque hay días en los que se me agotan los recursos. Porque hay momentos en los que no sé cómo acompañarla. Pero luego, de pronto, aparece con un comentario brillante, con una mirada que lo dice todo, con un dibujo que lo explica mejor que mil palabras.
He tenido que aceptar su desorden. El externo y el interno. Y dejar de querer encajarla en mi forma de ver las cosas. Y eso, en el fondo, me ha liberado a mí también. Porque al permitirle ser quien es, yo también me permito ser más auténtico. Más flexible. Más humano.
Qué aburrido si todos fuéramos iguales
Vivimos en un mundo que intenta estandarizarlo todo. Que etiqueta, que compara, que mide. Pero las personas no somos electrodomésticos. No venimos con manual. Y eso es lo que nos hace fascinantes.
Imagínate un mundo donde todos pensáramos igual, reaccionáramos igual, habláramos igual. Qué aburrido. Qué monótono. Qué predecible.
La diversidad es una riqueza. No solo en lo social o lo político. También en lo cotidiano. En lo familiar. En lo emocional. La diversidad de formas de amar, de comunicar, de percibir, de ordenar, de jugar, de aprender. Todo eso nos expande. Nos reta. Nos vuelve más creativos. Más tolerantes. Más vivos.
No necesita ser cambiada. Necesita ser comprendida.
Durante un tiempo, mi impulso era ayudarla a «encajar». A «mejorar». A adaptarse. Y en parte, claro, hay que enseñarle herramientas para moverse por este mundo que a veces no está diseñado para ella. Pero he comprendido que ella no necesita ser cambiada. Lo que necesita es ser comprendida. Escuchada. Amada.
Y cuando eso ocurre, cuando le doy ese espacio, ella florece. Se relaja. Se expresa. Se expande. Y nos regala momentos de una belleza que no se puede fabricar. Que solo nace de la autenticidad.
Mirar más allá de la etiqueta
El autismo no es una palabra que encierre a una persona. Es solo una parte de su experiencia. No es todo lo que es. Es una característica más, como el color de sus ojos o su forma de caminar.
Lo que más me ha ayudado es dejar de hablar de ella como si fuera un conjunto de síntomas. Y empezar a verla. A ella. Con sus manías, sus talentos, sus silencios, sus estallidos de alegría, sus frustraciones, sus logros.
No necesita una etiqueta para saber quién es. Y yo, como padre, tampoco.
El amor se adapta
Hay una frase que me gusta mucho: «El amor no es cambiar al otro, es acompañarlo para que sea quien vino a ser.»
Eso intento cada día. A veces me sale mejor. A veces me equivoco. Y muchas veces no sé qué hacer. Pero siempre vuelvo a esa idea: estoy aquí para acompañarla. Para ofrecerle un mundo un poco más amable. Un poco más silencioso cuando lo necesita. Un poco más claro cuando se pierde. Un poco más flexible cuando no encaja.
Y eso, en el fondo, también me lo estoy ofreciendo a mí.
¿Y si el autismo también es cuestión de género?
Hay algo que he ido descubriendo en el camino, y es que muchas investigaciones sobre el autismo se han centrado históricamente en niños, en varones. Eso ha hecho que haya pocos estudios y menos comprensión sobre cómo se manifiesta el autismo en niñas.
Y claro, como los patrones no encajan en los moldes tradicionales, muchas niñas pasan desapercibidas. No se diagnostican. No reciben el apoyo adecuado. Porque sus signos son distintos, a veces más sutiles, a veces más emocionales. Porque camuflan mejor, pero eso no significa que sufran menos.
Me doy cuenta de lo necesario que es abrir la mirada. Investigar más. Escuchar más. Visibilizar más. Porque cuando entendemos mejor, también acompañamos mejor.
Celebrar lo que somos
Hoy no quiero hablar solo del autismo. Quiero hablar de todas esas formas distintas de ser, de vivir, de sentir, que a veces nos cuesta entender. Y decir: está bien. Está bien ser diferente. Está bien no saber encajar. Está bien tener otra velocidad. Otro estilo. Otra forma.
Porque al final, lo importante no es parecerse a los demás. Lo importante es ser fiel a uno mismo.
Y si algo me ha enseñado mi hija es eso: que no hay una sola forma de vivir bien. Que lo auténtico no siempre es lo que brilla más. A veces es lo que se ve menos. Pero se siente más.
«Comprender las diferencias es una forma de amar.»
¿Qué persona distinta te ha enseñado a mirar la vida desde otro ángulo?
#Autismo #Conciencia #Diversidad #Paciencia #AmorIncondicional #Neurodiversidad #EducaciónConAmor #Crianza #AprendizajeMutuo #SerDiferente